Mentiría si dijera que no los extraño:
mi reencuentro con My Chemical Romance
POR MELINA BELÉN
ILUSTRACIÓN: ROCÍO MÉNDEZ
Año tras año, desde que tengo memoria, me obsesiono con un artista o banda diferente que descubrí o que, por alguna razón, decidí que serían parte de mi vida en ese período. Sin embargo, sé que todos los años me voy a encontrar con Green Day o My Chemical Romance en los puestos número 1 y 2 de mis artistas más escuchados del año.
El 2020 fue el turno de My Chemical Romance. ¿Por qué? Es simple: a finales del 2019 anunciaron que se reunirían después de seis años de inactividad. Dieron un show en Los Ángeles allá por diciembre y anunciaron una serie de fechas para el resto del mundo. Todavía no sabíamos lo que se nos venía encima. Yo estaba emocionadísima por la noticia y planeaba hacer lo imposible por verlos en vivo alguna vez.
Pero, para mediados de marzo, nos encontramos con que la pandemia era un hecho y que todas las cosas que nos gustaban, como ir a recitales, ya no iban a formar parte de nuestra realidad. Durante los meses de aislamiento busqué maneras de mantenerme lo más tranquila posible y calmar mi ansiedad con cosas que históricamente me hicieron bien. Todo esto convergió en que My Chemical Romance se volviera, una vez más, mi lugar seguro en el mundo.
Ellos me acompañan desde adolescente, cuando sentía que nadie me entendía, que estaba sola en la vida, que tenía que pretender ser otra para encajar y una larga lista de etcéteras que experimentan las personas a esa edad. Para ponerlos en contexto, les cuento: durante la primera década de los 2000, junto a los floggers y los cumbieros, arrasó otra “tribu urbana” conocida como emos. Estos se caracterizaban por usar ropa oscura, mucho maquillaje, flequillos que tapaban la mitad de la cara y escuchar música considerada emo, como lo eran el pop-punk, el nü-metal, el rap-rock y algunos géneros hijos del grunge.
Escuchar este tipo de música “alternativa” (aunque en retrospectiva, era bastante mainstream), era considerado de persona rara, solitaria, que se quedaba encerrada en su cuarto a llorar por personajes ficticios que nunca iban a existir (me declaro culpable de eso). Más allá del chiste, la música emo nos daba un sentido de pertenencia a quienes nos sentíamos excluídos del mundo culturalmente heteronormativo, lleno de raggaetón y perreos que nos hacían sentir incómodos.
Ser emo era ser raro, y ser raro estaba mal. Es por eso que yo lo reprimí por años. Yo no quería ser rara, quería ser “normal”. Me forcé a serlo en el exterior, aunque supiera adentro mío que algo no encajaba. Al crecer me di cuenta de que ser normal no existe, que la normalidad es solo una construcción que se inventó para mantener ordenada a la sociedad y que siempre iban a existir individuos y colectivos que se destacaran dentro de esa aparente normalidad por cuestionarla.
My Chemical Romance me ayudó a comprender que en este mundo existen miles de formas de percibir la realidad y de conectarse con otros. Hoy ya no me da miedo ni vergüenza decir que es una de mis bandas favoritas o que tuve un pasado de adolescente emo enojada con la vida, porque al final esas fueron las cosas que me trajeron hasta acá, que me impulsaron a seguir luchando y a crecer como persona, superándome a mí misma en cada obstáculo que se me fue presentando.
Volver a escuchar My Chemical Romance con tanta emoción y con tal apertura, después de años de querer tapar mi pasado emo por vergüenza internalizada, me ayudó a amigarme con mi yo adolescente, con la Melina de los años en que no se comprendía a sí misma y que tenía miedo de salir al mundo real a mostrarse tal cual era.
El movimiento emo nació desde la idea de defender la diversidad y de ofrecer un refugio para aquellos que lo necesitaran. Eventualmente, yo fui construyendo ese refugio con mis amigos y seres queridos. Pero al verme este último año forzada a aislarme, la realidad me empujó de nuevo a este lugar, donde el sentimiento de pertenencia se corresponde más con una serie de emociones que con un espacio o contacto físico. Y, en tiempos tan difíciles como en los que nos encontramos, construir espacios seguros de pertenencia para proteger nuestra salud mental es tan importante como lavarnos las manos, usar tapabocas y alcohol en gel.