
Donde suena cada mañana la Oreja de Van Gogh
Por Julieta Barbieri
ILUSTRACIÓN DE Vane Saucedo
Cuando yo era chica mi mamá tenía solo tres CDs: Un beso y una flor de Nino Bravo, Imagine de John Lennon y mi favorito, Lo que te conté mientras te hacías la dormida de La Oreja de Van Gogh. No es que ella fuera especialmente fanática de alguno de ellos, su mini colección se debía a la pura casualidad con que habían llegado a ella. Melodías perdidas que escuchaba en la radio o que se le cruzaban de imprevisto por la calle.
Como una herencia que le pasó su madre, la música había estado siempre en su vida. Vivía en una casa llena de gente y de música todo el tiempo. Mi abuela solía llevar una radio pequeña a pilas mientras ordenaba, tejía, cocinaba o arreglaba el jardín, siempre junto a la pava y el mate. Muchas veces mi mamá nos contó la historia de un cancionero que había confeccionado en sus años de secundario. En él llevaba un registro de las letras de sus canciones favoritas. Jamás lo pude ver pero me hubiera encantado, imaginarlo me llena de ternura. Mil y una transcripciones libres de aquello que escuchaba en la radio de mi abuela y, si era en inglés, lo que entendía que se pronunciaba.
Siempre se guió por la música más que por las letras. Una de mis anécdotas favoritas es sobre su primer viaje a los carnavales de Jujuy. Allá la fiesta sucede en todas partes durante todo el año, pero en fechas de carnavales aún más. Mi mamá junto a sus hermanas solían viajar de pueblo en pueblo en la caja de la camioneta de unos conocidos buscando el siguiente carnaval. En uno de esos viajes camino al pueblo de León, encontraron a una comunidad festejando al costado de la ruta. Mientras atravesaban el campo para llegar al baile desde una de las casas en la montaña escuchó los primeros acordes de “Wonderful Life”. Le pareció que encajaba perfectamente con ese momento e incluso que los instrumentos sonaban un poco norteños, hasta que la voz de Black irrumpió en un idioma que no conocía. Sin posibilidad de averiguar el nombre, pasó años buscándolo. Hoy es una de sus canciones favoritas.
El 2003 en Argentina fueron tiempos difíciles para todos, atravesábamos una de las crisis más profundas de nuestra historia. Por esos años, mi mamá empezó a estudiar para ser maestra de grado y como en la semana nos veíamos poco, aprovechábamos los fines de semana para estar juntas. Ella tenía predilección por una radio que había comprado mi papá que incluía un lector de CD y otro de cassette que nunca usamos. De lunes a viernes sintonizaba en Aspen o Radio Mitre y la llevaba con ella por toda la casa igual que mi abuela. Los fines de semana, a falta de un programa que le gustara, musicalizaba ella misma. Los sábados eran inaugurados con la melodía de “Puedes contar conmigo”, la primera canción de Lo que te conté mientras te hacías la dormida, el tercer álbum de La Oreja de Van Gogh. Así como “Wonderful Life” se grabó en la mente de mi mamá aquel verano, yo nunca pude volver a escuchar este álbum sin acordarme de ella.
“Y solo quedarán los buenos momentos de ayer que fueron de los dos.”
Mi ritual de Lo que te conté mientras te hacías la dormida sucedía religiosamente cada sábado por la mañana. Con mi mamá y mi hermano teníamos una misma tarea, limpiar la casa para la semana. Mientras nosotros llenábamos de detergente el piso del comedor y dábamos vueltas cepillándolo con escobas viejas, mi mamá, desde el baño nos cantaba. Pasan los años y cada letra me suena más a una complicidad entre las dos, como si de tanto reproducir este álbum, en algún punto mi mente se confundiera y le pareciera que hubiera sido compuesto por nosotras. “Puedes contar conmigo” inicia con un punteo en guitarra que genera expectativa por lo que va a sonar a continuación pero también por aquello que vendría, por el comienzo del fin de semana. Tranquilamente podría ser la apertura del soundtrack de una comedia romántica.
Mis canciones favoritas eran las siete primeras. No sé si será casualidad que las primeras canciones hayan sido las más populares y para mí las mejores, si como sociedad nos pasó algo similar o si fue una elección adrede de la banda. Había algo de esperanzador en esas melodías, de comienzos, sean de amores o fines de semana. También es verdad que las envuelve la nostalgia y no es que sea porque me remite a 21 años atrás, sino que es inherente a ellas. Como lo lleva “Linger” de The Cranberries, una historia que nos transporta a lo más íntimo de lo humano, a historias que no son nuestras pero que igual añoramos. A partir de la mitad del álbum hay un cambio en el clima de las canciones. Las melodías son más lentas y graves, a la melancolía de las primeras se les desvanece el tinte alegre que llevaban. Un pop más triste, con letras más tajantes. Me producía algo similar a lo que me pasaba con los fines de semana, cuando pasaba más de la mitad me invadía una tristeza por saber que iba a terminar, entonces abría la tapa de la radio para que el CD volviera a empezar de cero.
Mi mamá sin saberlo me enseñaba qué era el amor a través de La Oreja de Van Gogh, recuerdo frases como mantras: “el amor verdadero es tan solo el primero”, “quiero sentir miedo cuando me digas adiós“, “llamarle amor mío al primero que no me haga daño”. En mi propia educación sentimental, encontraba algo similar entre las letras de Amaia Montero y mi otra artista favorita por ese entonces: Floricienta. En su dramatismo o en la intensidad de un sentimiento que yo desconocía. A veces me confundía la letra de “Rosas” con “Mi vestido azul” (tampoco ayudaba mucho que otra de las canciones de La Oreja de Van Gogh se llamaba «Vestido azul») porque las dos quedaban solas a la espera de lo que nunca sucedió. Las dos esperaban flores que se demoraban en llegar, las dos morían de amor y yo creía en ese momento que eso era posible. Que por amor uno podía morir. Hoy entiendo que esa expresión es común por una razón, uno no muere pero hay algo que muere en cada historia que no tiene lo suficiente para durar por siempre. Aprendí de estas letras de Amaia Montero y Floricienta cómo se debía sentir el amor antes de ni siquiera enamorarme.
Algo que desconocí por mucho tiempo, quizás porque rara vez llegábamos al final, es que el nombre del álbum se desglosa de la canción “Historia de un sueño”. En ella una madre vuelve en sueños a despedirse de su hija, a pedirle que sea feliz y a arroparla por última vez. «Mañana ni te acordarás, ‘tan sólo fue un sueño’, te repetirás«. Si el álbum se leyera como una novela, recién al final entenderíamos que quien nos hablaba en cada canción era una madre o el recuerdo de ella a través de su hija. Canciones hechas de las historias de fantasía que relata a sus hijos antes de dormir, y ellos asombrados contemplan una vida de hazañas que sucedió mucho antes de su existencia. El enigma más grande de los hijos, la vida anterior de sus padres. Quizás esa es la nostalgia que envuelve a todo el álbum, un tiempo que no vivimos ni nos pertenece. Como un in memoriam a la figura de la madre. La esencia del álbum, casualmente, es el vínculo materno y sin querer yo termine rindiéndole honor a su razón de ser, recordando en cada canción a mi mamá.
No pasaba nada espectacular en esas mañanas de sábado, pero ahí descalzos, entre resbalones y mucho detergente, compartíamos algo que entonces no sabíamos era único y de fondo sonaba La Oreja de Van Gogh. Lo más lindo de la música, a diferencia de otros tipos de arte, es la manera en que se introduce en nuestra mente y estructura un recuerdo vulgar, que sin este apoyo se habría olvidado hace mucho. Una melodía que cubre lo sentido y lo resignifica. El poder de la música quizás es el marco que otorga a nuestros recuerdos más aleatorios. El marco que logra volver algo eterno. Cuando suena “Rosas” vuelvo al sillón amarillo tapizado con cuadros de distintas estampas, a la guerra de agua con mi hermano en la cocina, a la espuma con olor a limón en mis pies. Vuelvo a tener 6 años y mi mamá es una maestra incursionando en la docencia que pasa sus sábados a la mañana ordenando la casa, que me sostiene con ternura la cara mientras me canta:
“Te juro que a nadie le he vuelto a decir, que tenemos el récord del mundo en querernos.”
Todas las notas de Mi Club de Fans son pagas. Si te gustaría ayudarnos a sustentar este proyecto, podés comprarnos un Cafecito acá.
26 de noviembre de 2024