Dios punk: más allá del mito
Por Darío Sakkal
ILUSTRACIÓN DE Matías Berardo
La historia del Dios Punk, un cantante callejero con problemas de salud mental que cantaba en las calles de Rosario y trataba de vender sus fanzines, es tentadora para quienes disfrutamos de las historias de artistas. Si le sumamos su desenlace, se suicida saltando de un piso catorce al no aguantar más el escrache cotidiano que sufría por la falsa acusación de envenenamiento con burundanga, puede que nuestra curiosidad se despierte del todo. Cuando se le agregan datos precisos del podcast “La segunda muerte del Dios Punk” terminamos pensando que estamos delante de la creación de un mito popular, de un personaje de los que ya casi no quedan.
Pero no sería descabellado que alguien con algo de melómano en las venas dé un golpe a la mesa mientras exclama: “Basta, me pudrí, quiero escuchar qué temas grabó este pibe”. Hoy en día, satisfacer esta curiosidad no es tan difícil, pero, tarde o temprano, puede llegar a serlo. Con Javier Messina, el hombre detrás del gran Dios Punk, se repite una situación similar a la de otros artistas marginales: la intensidad de la biografía deja a sus creaciones por detrás del personaje. Podemos mencionar, como ejemplos,a otros antisistemas con vidas curiosas como Tanguito, la cantante alemana Nico, la rasta Ari Up o el falso vikingo Moondog. Todo indica que Dios Punk entra en esta misma lógica: mientras el podcast de Nicolas Maggi tiene más de setenta mil reproducciones en Spotify y fue premiado en el Festival Internacional de Nuevas Narrativas de No Ficción, los dos álbumes del artista disponibles en YouTube no llegan a los doscientos likes cada uno.
Por suerte, aún no es tan tarde, todavía estamos a tiempo de escuchar la música de Messina sin (tanto) prejuicio y podemos preguntarnos si hay algo de las composiciones de Dios Punk que nos transmita tanta emoción como su biografía. La pregunta encaja, de cierta forma, con estos tiempos con artistas plagando las redes sociales de información no del todo relacionada con su obra. ¿Es purista el intento de dejar de ver la tonelada de contenidos que nos muestran los artistas que seguimos para apreciar mejor lo que hacen? ¿O separar esas dos cosas ya no tiene sentido? ¿Estamos entrando en una era donde las stories de nuestros músicos favoritos transmiten tanto o más que las canciones que van sacando? En lo que respecta a Javier Messina, podemos tratar de responder esa pregunta escuchando esos álbumes que subieron a YouTube, buscando concentrarnos en los sentimientos que él buscaba transmitir y no tanto en los detalles de su vida.
Los dos álbumes disponibles son de la banda que integraba, Sueños Punk Rock. Vamos a empezar con el primero, de septiembre de 2008, llamado Hasta el final.
La imagen de portada registra la propuesta escénica con la que tocaba en las calles: mientras los otros tres integrantes del grupo se muestran divertidos, algo sonrientes y mirando a la cámara, él posa con su cara al cielo y estira los brazos hacia arriba. La foto es una bienvenida al universo Dios Punk, uno donde el que canta es ese que quiere estar con los pibes y pasarla bien, pero, a la vez, tiene problemas que no lo dejan, está sufriendo y se hunde. Los cuatro parecen estar en un cementerio, de fondo se ve algo que podría ser una cripta.
Con nueve canciones originales, el álbum nos muestra a alguien que intenta atravesar la angustia y va en busca de cierta tranquilidad, la de uno que se aventura en la lucha diaria contra sus problemas de salud mental. El periplo empieza con “Hasta el final”, que lleva el nombre del disco y en la que podemos encontrar una estructura que se repetirá: baladas cantadas con la voz monocorde y casi perezosa de Messina que, en un momento, se entusiasman al pasar a esa guitarra distorsionada típica que invita al jolgorio de pogo y descontrol, con estribillos para cantar a los gritos y dejarse llevar. Es un vaivén que empieza en la angustia y busca perderse en el sonido de alto voltaje, ese al que le rogamos que tape los problemas que nos acongojan y al que muchos le exigimos que condimente el ruido cotidiano de nuestro alrededor.
Lo mejor llega en la mitad justa del disco, con “Empezar”, donde Dios Punk repite de forma casi maniática “qué difícil es volver a empezar”. Sus problemas pasan a primer plano y se construye un sonido de tinte hipnótico, una canción de cuna para quienes fracasan. Con esas seis palabras, “Empezar” es un bálsamo en cualquier momento de fuerte frustración: cuando reprobamos y hay que volver rendir una materia de la facultad, al levantarse temprano para seguir buscando trabajo en LinkedIn o, simplemente, ese almuerzo de domingo que tenemos que enfrentar con una considerable resaca. Vemos así a un dios quiere decirnos que no es cualquier dios, sino un dios punk que viene a cantarles a los que fracasan (como él). A partir de acá se empieza a vislumbrar el verdadero Daniel Johnston rosarigasino, uno que se graba gritando “Arribaaaa” para motivarse a sí mismo y no caer en la angustia total pero que también ofrece su costado más musicalmente deprimente en “Melodías” cuando dice: “Esas melodías que dan vuelta en mi cabeza arman el sonido de mi corazón, pero es muy difícil borrarlas de mi mente, siento todo el tiempo que sos vos y nada más”.
El otro álbum está subido con el título de Grandes éxitos. Entre paréntesis se aclara que es un demo compilatorio. Una compilación llamada Grandes éxitos sin rastros ni de una discografía importante detrás ni algún hit reconocible es tan gracioso como triste.Encaja justo con la obra de uno que buscó hacerse llamar igual que el supuesto creador del cielo y las estrellas. A la vez, un grandes éxitos sin éxitos evidentes es el acompañante perfecto para cualquiera que quiere lograr algo grande pero no está dispuesto a esperar todo el proceso escalonado hacia la gloria.
Al tener varias grabaciones que ya estaban en Hasta el final, conviene concentrarse en los temas que no figuran en ese primer trabajo. En “Cuando el mundo acabe” lo tenemos a un Dios Punk solo, entregado, ofreciendo su voz y su guitarra a quien quiera escucharlo, dejando que las palabras salgan sin pausa y lleguen casi como una catarata neurótica aplastante y pegadiza. La misma estructura se repite en “Volver a soñar”: en un minuto y medio Messina -que deja su voz cansina y hasta logra llegar a un agudo perfecto- habla de pesadillas, de alguien que lo quiere llevar a un agujero negro, que lo persiguen y le roban sus secretos. Es otra canción de las que pueden cantarse cuando nos creemos sumergidos en cierto ánimo oscuro: una invitación a cantar sacado ‘no quiero irme de este mundo, quiero seguir vivo’.
Por otro lado, en “Tal vez eee”, “No hay parabrisas para mi auto” y “Pequeños sentimientos sobre hoy” hay elementos que tratan de llevar el sonido un poco más lejos del punk rock. Hay sintetizadores, efectos de voz, flautas, baterías electrónicas, grabaciones que parecen las de un policía que interrumpe en sus shows de la calle y del mismo Messina explicando en una entrevista la importancia del arte callejero que no está encerrado en un museo. Los tracks que solo están en Grandes éxitos fueron mejor grabados, y muestran con claridad el progreso de Messina como artista. Nos llevan a fantasear –al igual que pasa con otros músicos que juegan al borde del peligro, los Syd Barret, los Syd Vicious, los Roky Erickson y los Kaoru Abe– con hasta dónde hubiera llegado la carrera de Sueños Punk Rock si su líder hubiera sostenido los problemas de salud mental en el límite entre poder expresar sus emociones más oscuras sin ser devorados por ellas.
Aunque los dos álbumes compartidos en YouTube tengan pocas reproducciones, pueden encontrarse comentarios conmovedores: uno de la hermana de Javier agradeciendo el homenaje, varios de personas que lo conocieron en Rosario y aprovechan el anonimato de las redes para despedirlo y otros de artistas callejeros que ven en Dios Punk un modelo a seguir. No hay forma de dilucidar si esta emoción que transmite se encuentra en el personaje casi teatral de Dios Punk, en la ternura que daba ver a un artista vestido de parca que luchaba por vender su fanzine arriba de los colectivos o si viene de la música que cantaba con pasión. ¿O se mezcla todo? Es posible que el filtro cruel lo establezca el mercado, ese que elige lo que más vende y no le importa la parte que logra llegar al corazón de las personas. Es una visión negativa, pero, tristemente, es lo que acostumbra a pasar con los artistas marginales que se popularizan: el biopic, por lo general, gana la pulseada. ¿Pasará lo mismo con Dios Punk? No lo sabemos, todavía está en veremos.
22 de septiembre de 2022