Los corazones rotos
de electra heart
TEXTO E ILUSTRACIÓN DE JULIANA ZABALA
“Pick a personality for free when you feel like nobody”
Alguna tarde hace casi diez años, me sentaba a merendar en la punta de la mesa ratona del living, en el piso, mientras ponía play al videoclip de “Su-Barbie-A”. Del corpus de once videos, era el quinto, el que más odiaba y también mi favorito. Filmado en blanco y negro, con una grabadora casera, se veía a Electra Heart parada en la puerta de una casa. Era una toma sostenida a mano que se movía en un vaivén lento. La calidad me impedía darme cuenta si ella estaba de frente o de espaldas: su cara se escondía entre sombras, mientras adlibs de propagandas de los 70 sonaban alegres en el fondo. No recuerdo cómo llegué a ese video en particular, sólo la sensación de terror que me generaba y las ganas de seguir mirando.
Electra Heart, el personaje que encarnaba Marina Diamandis y que dio nombre a su segundo disco, supo ser la princesa de aquel ejército de chicas tristes que gobernó Tumblr en sus épocas doradas. Marina atrajo con su bubblegum pop a aquellas preadolescentes que, como yo, se sentían incomprendidas por los mandatos de felicidad de la música mainstream. Era sencillo, a esa edad, recorrer las emociones que el disco proponía. Cada canción encapsulaba tres minutos de tristeza brutal, suicida y vomitada, yuxtapuesta a melodías que recuerdan a un Flynn Paff. El resultado era un CD oscilante entre la miseria y la euforia, esencialmente adolescente. Cantar a los gritos o llorar desconsoladamente: elige tu propia aventura.
Aunque era fácil encontrar puntos en común con el personaje, más fácil aún era detestarlo. La misma Marina dijo más de una vez que Electra Heart surgió como su antítesis: los grandes arquetipos americanos, rellenos de todo lo que odiaba. Insegura, superficial, vanidosa, fría y distante; era el ejemplo de lo más triste, lo más vacío. El desconsuelo que abrumaba a Electra Heart resultaba familiar pero se la podía condenar porque, por diseño, pesaban más sus cualidades negativas: su inautenticidad y la falta de sustancia propia, su desesperación ante la cámara, su constante deshacerse por ser alguien, aunque ese alguien fuese una identidad robada. Era una caricatura y odiarla era un eco del odio a todas las chicas rubias y malditas de las películas.
Sin embargo, la sátira inevitablemente carga un vestigio de realidad y, por momentos, en la efervescencia fría de las canciones veía cruzar mi reflejo. Aunque las letras eran sencillas, en su crudeza había algo satisfactorio, como si se hubiese llegado a un sentimiento puro, imposible de esconder tras metáforas. Escuché “Teen Idle” hasta el hartazgo en la cúspide de mi adolescencia, haciendo el duelo de una etapa que aún no había terminado, devastada por sentir que el tiempo se escurría de la manera más chiquita posible: demasiado corta, demasiado tonta, demasiado irrelevante. Era el himno del tiempo perdido. “How To Be a Heartbreaker”, a pesar de su ironía, se convirtió en un mantra, una especie de ley de atracción hacia todo aquello que jamás fui y no soy hoy tampoco. Ante la soledad sensible de la adolescencia, el vacío cuidadosamente construido de la indestructible Electra Heart resultaba casi aspiracional. A lo mejor ser una diva narcisista no era tan mala idea después de todo.
El reinado de las chicas tristes de Tumblr terminó, pero Electra Heart se quedó conmigo. Es uno de los cinco discos físicos que tengo en mi cuarto. Lo encontré en una disquería, ya de más grande. Era el último que quedaba, así que lo escondí entre los discontinuos hasta poder comprarlo. En “Stoned at the Nail Salon”, Lorde canta que alguna vez nos alejamos de la música que escuchamos a los dieciséis. Grow out of, dice la letra en realidad. Me sentí un poco ofendida porque todavía no me llegó ese momento. Elijo creer que no es inmadurez, sino una gran capacidad de resignificar las cosas, pero tal vez esto sea solamente un consuelo barato. Odio las preguntas sobre cuáles discos me marcaron porque me siento totalmente inhabilitada para hablar cuando se trata de música: mi relación siempre fue demasiado visceral, absolutamente desprovista de cualquier tipo de pensamiento crítico. No disfruto la vulnerabilidad que trae desplegar opiniones sobre cosas que pasan tan exclusivamente por el sentir. Y también me da un poco de vergüenza que mi estancamiento musical quede tan delatado cuando digo que uno de mis discos preferidos es el cliché insufrible, ícono de una época ya enterrada, Electra Heart.
Hoy tengo una relación distinta con el disco. Aunque ya tengo veintidós, sigo siendo chica para los ojos ajenos y a veces me pesa lo definitivo del tiempo. Me pesan las decisiones, que se sienten más parte de una vida y menos como un ensayo para algo que será alguna vez más adelante. Cada paso lleva hacia una dirección que nunca parece la correcta. Reconozco la infinidad juvenil de la que hablaba Electra Heart y reconozco también su final. Por suerte, su tristeza ahora me resulta empalagosa y, si antes era el único punto de contacto que encontraba, hoy encuentro otros. Con el paso del tiempo y atravesada la niebla del adolecer, el CD adquiere colores nuevos.
Marina tenía veintisiete cuándo construyó a Electra Heart. Pienso que, quizás, la ironía era un vehículo para convertirse en alguien más. Jugar a la casita. Probar distintas direcciones. En algún momento, lo que resonaba era la brutalidad de las letras, la osadía de decir “feeling super, super, super suicidal!” con tono de porrista. Creo que hoy lo que resuena es la desesperación de la búsqueda. El intentar todas las versiones, una y otra vez, empezar de cero, quizás alguna queda. La moralidad absoluta de los diecialgos simplificaba la condena otorgada a Electra Heart. Hoy, casi una década después, es imposible no ver la humanidad detrás de la caricatura. Su frialdad característica ya no resulta agresiva sino más bien defensiva y, ocasionalmente, protectora de un otro. La vanidad y el narcisismo parecen la fachada más obvia para la falta de un rumbo. Todo lo que detesté de Electra Heart en algún momento, lo encontré en mí misma años más tarde, como quién descubre que robó algún gesto de sus padres. No me hace sentir bien, pero sí acompañada.
Electra Heart fue un cuento con moraleja, un mapa y también un espejo. Como consuelo, poder verla más humana me humaniza a mí también. A pesar de lo desagradable que es sostener la vista en la peor versión de uno mismo, también es un alivio saber que, al menos, empatizo con ella, la comprendo. Canónicamente, Electra Heart murió por suicidio, pero siempre me pareció curioso que la última canción del disco sea aquella que marca el comienzo de los videos, formando una especie de tiempo circular, una burbuja donde vive y vivió. Como dice ella: “You’ll find me in the lonely hearts, under ‘I’m after a brand-new start’”.