Adele: En defensa
de las gordas tristes
Por Mery Singla
ILUSTRACIÓN DE MORA KIEL
Si bien las grandes cantantes pop nunca me interpelaron personalmente, en el 2011 hubo algo de “Rolling in the Deep” que me partió al medio, como a prácticamente todo el mundo. Aquel año Adele arrasó con los premios, los charts, las ventas y los records gracias a su segundo disco, 21, y en Argentina se convirtió en una de esas artistas ineludibles. Todxs conocíamos al menos una de sus canciones pero, más que nada, todxs sabíamos que era gorda y que había logrado un éxito extraordinario a pesar de su peso.
A finales de los dosmiles, las redes sociales ya estaban oficialmente entre nosotrxs y las líneas de lo privado y lo público se volvieron anecdóticas. Artistas como Lady Gaga o Beyoncé se dedicaron a gastar millones en mantener un esfuerzo estético continuo tanto arriba como abajo del escenario, en convertir sus vidas en una especie de obra total.
Los cuerpos femeninos siempre son objeto de conversación, por más que nos pese, y aún más si se encuentran en el foco de los medios, las redes y todo lo que conlleva ser una persona pública. Parte de la ubicuidad de Adele tuvo que ver con el comentario siempre presente sobre su cuerpo, y no puedo evitar pensar que mi experiencia de escucha, como la de la mayoría, se vio también afectada por la presencia de su cuerpo gordo en escena.
Lejos de ser la primera gorda exitosa, Adele logró reivindicar una figura que históricamente molestó incluso más: la de la gorda triste. El género “balada romántica” no me interpelaba en un primer lugar, pero mi necesidad de representación tanto a nivel imágen como a nivel temático hizo que ella se convirtiera para mí en una artista imprescindible.
Musicalmente, Adele, vestida siempre de negro, volvió a poner en foco la sencillez de la voz como protagonista de la canción, sin necesidad de utilizar efectos distorsivos ni grandes puestas en escena. 21, y también 19, su disco anterior, giran en torno a una ruptura amorosa. Tanto las letras como el ánimo general de las composiciones son personales, tristes y añoran lo que fue y ya no es, también lo que podría haber sido y nunca fue. Incluso el cover de “Lovesong” de The Cure es un gran homenaje a la melancolía. Adele entendió desde muy joven —por eso los nombres de sus discos son tan especiales— que en las relaciones y en la vida, hay una serie de cosas que están más allá de nuestro control o voluntad (“Sometimes I wake up by the door, that heart you caught must be waiting for you. Even now when we’re already over, I can’t help myself from looking for you” canta en “Set Fire to The Rain”).
Cantar sobre esa impotencia es poner en común cosas que nos suceden a todxs, pero también es, para ella, exponerse a lo bonzo. Su estilo implica una dualidad: la fortaleza de la voz junto a la vulnerabilidad personal de sus letras, su presencia virtualmente desnuda en el escenario y su arrojo ante una industria despiadada con les gordes en general, pero sobre todo con las mujeres.
La fortaleza es importante y posible de cultivar, pero la tristeza y el dolor son algo real, justificado y válido, y nadie debería ser menospreciade por transitarlos. Hasta entonces, Aretha Franklin nos exigía respeto, Queen Latifah unidad, Missy Elliott nos recuerda lo buena que está. No podría estar más de acuerdo con ellas, pero su fortaleza me resultó siempre algo ajeno y extraordinario. Las violencias simbólicas y estructurales, como mínimo, que se ejercen sobre los cuerpos gordos de las mujeres causan dolor sobre las personas, que muchas veces no tienen —no tenemos— las herramientas para que no nos afecte emocionalmente (y ni siquiera me imagino en el caso de los cuerpos gordos y negros, como los de ellas). Si las tenemos, siempre implican un proceso lento y difícil en comparación a lo rápido que transcurren nuestras vidas.
Incluso si nuestro dolor no tiene que ver directamente con las violencias sobre nuestros cuerpos, una gorda triste es un lastre. Hasta hace muy poco (y probablemente siga siéndolo en lugares donde no se dan estos debates), en Argentina, el nombre de María Marta Serra Lima era usado directamente como insulto, para poner un ejemplo. Quizás el rechazo tenga que ver con que la gorda triste representa aquello que nos han enseñado que no debemos ser. Mucha gente siente la necesidad de apartarse, de diferenciarse y sentir que no pueden convertirse en ella.
Adele y su éxito significaron para mí un triunfo de las gordas tristes, aun cuando ella no canta sobre su cuerpo. Su sola presencia es producto de una reflexión colectiva, pero también el motor de discusiones necesarias. En menos de 20 años pasamos de escuchar cómo productores de reality shows como American Idol o Popstars hablaban abiertamente sobre someter a cantantes, como Kelly Clarkson o Lourdes de Bandana, a dietas porque su peso era un “problema”, a que artistas como Rihanna o Camila Cabello muestren sus cambios corporales sin esconderse —sin permitir que nadie las esconda por haber ganado peso.
Pocos años después del éxito de 21, el discurso “body positive” comenzó a volcarse en las redes sociales y también en la música pop de alcance mundial. Por primera vez en mucho tiempo la industria pensó que hablar explícitamente de cuerpos gordos podía llegar a vender.
No fue hasta mitad de los 2010 que surgió una figura como la de Lizzo, que no solo habla explícitamente sobre su cuerpo gordo, sino que también lo celebra y lo disfruta al igual que todas sus colegas de perfiles hegemónicos. A diferencia de Adele, Lizzo construyó su discurso a partir de la alegría, de festejar su corporalidad. El cambio es de 180°: ya no es “todo está bien a pesar de ser gorda” (como lo implicaba Meghan Trainor en su canción del 2014 “All that Bass”), sino “todo está bien porque soy gorda”. Si bien este tipo de relatos son los menos, tienen una llegada masiva que pone una y otra vez el tema en la agenda periodística y en los programas de las militancias.
El problema es que las figuras de la industria del entretenimiento no son militantes políticxs y muchas veces el propio cuerpo no resiste ser el terreno de la disputa simbólica. A finales de octubre del 2021, Adele lanzó su cuarto disco, 30, con la impronta que la caracteriza: la vulnerabilidad como escudo (el más ineficaz de todos) y la melancolía como bandera. Sin embargo, más que su música, el material noticioso del lanzamiento fue que adelgazó drásticamente durante la pandemia.
Asumamos que el cambio es pura y exclusivamente estético, que no hay ninguna razón de salud o cualquier otra por la cual la cantante haya perdido peso. Muchxs militantes se sintieron defraudados por el cambio, por lo que vieron como una necesidad de Adele de pertenecer a un club que nunca la aceptaría como miembrx, parafraseando a Groucho Marx. Pero nos olvidamos que el lado público tiene una contracara privada y personal, que el cuerpo de una persona es parte de su vida y que ponerlo como ring simbólico a veces cuesta más de lo que unx puede ganar. Cada uno hace lo que puede con las violencias que recibe.
Una vez más, la actitud de Adele frente a su cuerpo me pareció más sincera que muchos discursos militantes y body positive. Sin una reflexión profunda, muchas veces se cae en la suposición de que si “decidimos” no ser feliz es por una “cuestión de actitud”, porque “decidimos” darle entidad a quienes nos violentan. La realidad es que no man —or woman— is an island y, al final del día, las personas no manejamos el dolor a nuestro antojo. Por más bienintencionados que sean, estos discursos lo único que logran es despertar culpa por no ser feliz en un cuerpo que es violentado simbólicamente y culpa también si se quiere bajar de peso para aminorar la violencia —que muchas veces está internalizada, pero no por eso es menor o más fácil de erradicar.
En una entrevista con Oprah Winfrey la cantante explicó que no es su trabajo validar lo que otras personas sienten y que ella misma está tratando de encontrar el lugar en el que se siente cómoda. Durante toda su carrera su cuerpo fue cosificado, ¿por qué no lo iban a hacer esta vez? Para mí, ahora la discusión evolucionó; no se trata sólo de los cuerpos gordos en los medios o en la industria, sino de los cuerpos gordos y plenos, con derecho a su incomodidad y vulnerabilidad.