Mi ejercicio de pandemia:
volver a The Velvet Underground
POR LOLA SASTURAIN
ILUSTRACIÓN: MARIANELA TORRES MACIEL
Este año y pico de pandemia continué con un proceso personal involuntario que lamentablemente ya lleva algunos años: cada vez escucho menos discos.
Digo “lamentablemente” porque siempre fui melómana. De hecho, muy a lo fan de High Fidelity, los álbumes, especialmente los de rock, fueron una parte muy importante de la construcción de mi identidad desde la adolescencia para acá —tenerlos físicamente, encontrarlos en algún link de taringa, buscar los difíciles, hablar de ellos con mis amigos, recomendarlos, leer reseñas. La melomanía es de discos, no de canciones ni de tracks. Y también, no se puede negar, está un poco atada tanto a géneros musicales como a formas de consumo de música cuya popularidad hoy está en caída. Un romanticismo y optimismo que a veces pueden entrar en cortocircuito con el mundo derruido, instantáneo y virtual en el que vivimos. Seguir escuchando álbumes completos y buscando nuevos para sumar al catálogo en vez de volver sobre los de siempre hoy es un acto de fe, y a algunxs nos cuesta cada vez más aferrarnos a algún tipo de fe.
Además de que es un proceso social y global, también hay razones puramente personales. Soy DJ y eso hizo que mi forma de escuchar y consumir música cambie radicalmente. Cada vez me cuesta más escuchar música triste o apacible o canciones de rock, ni hablar de álbumes completos. Más que con una letra, mis obsesiones de hoy tienen que ver con lo bailable, lo intoxicante, la textura, el ritmo, el mood, el pulso.
Todo esto tiene como consecuencia esperable el hecho de que no estuve demasiado al tanto de los lanzamientos sucedidos en la pandemia. Al tanto sí, pero fueron pocos los que escuché al punto de hacerlos propios. Posiblemente mi álbum favorito del 2020 es uno que se para en el medio de la escuchadora de discos y la raver rabiosa: How I’m Feeling Now, de Charli XCX —del cual ya se habló en este medio—, un disco que sirve para bailar y para mezclar con tracks electrónicos sin letra, pero que también es narración y contexto, un álbum conceptual no solamente en su contenido sino en sus medios de producción y difusión. Un álbum a medida de las personas en transición como yo, donde además todas las canciones son buenísimas. Otro álbum de cuarentena que me gustó mucho es Fake It Flowers, el debut de Beabadobee. Con unas melodías brillantes, guitarras noise y letras adolescentes, está en algún lugar entre Sixpence None The Richer, Natalie Imbruglia y Wavves. Y sí, en parte me gustó eso: es un disco que podría haber amado en todos esos años en donde busqué discos con voracidad. Me recuerda a esa época aunque lo haya hecho una adolescente en 2020.
Por el momento, este artículo habló mucho sobre mí y poco sobre The Velvet Underground, pero me parece importante pintar un estado de situación, pues creo que más que nunca que en 2020/2021 —y eso que con el arte siempre es así— nuestros gustos y elecciones son indivisibles de nuestro contexto y de nuestra propia subjetividad al atravesarlo. En este caso, con cómo atravesamos el encierro, el desconcierto, la ansiedad, el miedo a la muerte, la sensación de estar viviendo un cambio de paradigma, el estrés laboral y un infinito etcétera de cosas que experimentamos por primera vez —al menos con esta intensidad y esta claridad.
Quise hacer el ejercicio consciente de volver al rock y a los discos. Había algo en estar sumergida en un contexto tan raro, constantemente escuchando música tan rara (y que además de serlo de por sí me resultaba raro estar descubriéndola por primera vez). De alguna manera u otra, me hacía tener miedo de dejar de ser quién soy por completo. Nunca dejé de escuchar canciones (en el sentido pop de la palabra) ni de disfrutarlas hasta la médula, pero hoy busco el remix más loco y más rápido y no tanto álbumes que demanden el compromiso de la escucha atenta y el seguir una narración por treinta o cuarenta minutos. Mi escucha se fue tornando en algo activo y con un fin en particular (el de terminar en la pista) más que algo contemplativo.
Quise hacer la prueba de ver si todavía disfruto de ese tipo de escucha, si todavía puedo mantener la atención y el disfrute por tanto tiempo sin aburrirme. Una necesidad de reconocerse, de pisar suelo sólido, de saber que todo puede cambiar radicalmente pero que hay cosas que se mantienen —entre ellas, la felicidad que nos otorgaron ciertas obras a lo largo de nuestra vida.
Y ahí entra Loaded. Fue mi disco comodín de las tardes de “qué ganas de escuchar un disco entero”. Un disco que abraza en su calidez y en su familiaridad pero que, a su vez, es un álbum que no me aburre jamás y que no deja de emocionarme aunque ya no exista el factor novedad.
Para mí Loaded es más que la suma de sus partes en un sentido muy básico y poderoso. No son sólo los elementos sino su orden, no son sólo las increíbles canciones sino la progresión entre ellas. Parece una contradicción pero me genera emoción saber perfectamente lo que viene después. Eso me parece un diferencial en este momento de mi vida: por decirlo burdamente, lo que hace a la cualidad de álbum y lo distingue de la playlist, de la navegación furiosa por soundcloud o de un DJ set.
“Sweet Jane” es un clásico y una canción enorme en cualquier momento y lugar, pero su sabor es diferente y mucho más cargado de sentido cuando su intro psicodélica llega después de “Who Loves the Sun” para romper en esos simples tres acordes de inspiración country. La arrogancia que ahí inaugura —“Jack is in his corset, Janey’s in her vest / and me, I’m in a rock ‘n’ roll band”— luego se consolida en “Rock & Roll”, la canción que le sigue y que es un statement sobre, precisamente, el rock and roll y las radios de rock and roll como agentes para cambiar vidas. En 1970 sin dudas lo eran.
Otra novedad en Loaded es que gana terreno la voz de Doug Yule, multiinstrumentista que llegó para reemplazar al miembro fundador —y alma de la faceta más experimental del grupo— John Cale. Dule canta algunas de las mejores canciones de Loaded: tanto la apertura como el cierre, las icónicas “Who Loves the Sun” y “Oh! Sweet Nuthin’”, así como también “New Age” y “Lonesome Cowboy Bill”.
Precisamente “New Age”, una canción de amor escrita desde la perspectiva de un fan hacia una actriz, es de mis favoritas del álbum. La otra, “I Found a Reason”, también es una canción de amor y, tal vez, la más desvergonzada y tradicional de todo el catálogo de una banda que siempre fue, por definición, cínica. “I Found a Reason” es una balada perfecta de casamiento; algunxs dicen que es una canción de suicidio y otrxs arriesgan que es una enorme ironía, con Reed cantando versos de ciega devoción y metiéndose en el personaje de un cantante romántico que abusa de todos los clichés. Lo que se puede afirmar sin dudas es que es una canción hermosísima.
Un disco de rock y sobre rock, lleno de hits, romántico y pegadizo, hecho por la banda de drogadictos más parcos e inconformistas de la escena neoyorkina de los sesenta, aquellos que hicieron de su carrera un manifiesto anti-hippie y que demostraron que la psicodelia no es (necesariamente) una cosa alegre. Se llama Loaded como un comentario: la Velvet en 1970 era esa banda que siempre estaba a punto de explotar pero nunca lo hacía y su sello los presionó a crear un álbum que les asegurara el éxito comercial. Loaded, que quiere decir “cargado”, se llama así porque es un álbum “cargado de hits”. Un título claramente irónico tomándolo como de quien viene, pero 100% honesto a su vez. Es verdad que está cargado de hits, pero eso no sirvió para detener la autodestrucción de una banda que nunca había podido (ni querido) colmar las expectativas de nadie que no fueran ellxs mismxs. El paso de la psicodelia visionaria al rock clásico de canciones que hizo la Velvet en Loaded es la parte por el todo que describe a la perfección el paso de los sesenta a los setenta; pero el disco no solamente es su disco de fin de década sino que también es el último de estudio de la banda.
Me cuesta elegirlo como favorito porque me es imposible elegir uno solo de ellos: su discografía de tan solo cuatro discos es perfecta en su diversidad, funciona como bloque y manifiesto. Pero no por nada su cualidad easy listening me hizo volver sobre Loaded, particularmente durante los meses de encierro, de aburrimiento y ansiedad. Es un disco que es hogar, que es emotivo pero para nada triste, que es canchero pero autoconsciente y que es perfecto para cantar de principio a fin.
Quisiera deconstruir un poco la imagen que se me viene a la cabeza para definir por qué Loaded fue mi disco de cuarentena. “Volver a un disco que me abrace en tiempos de tanta incertidumbre” es una imagen trillada y cursi pero bastante cierta. Loaded es más que un must en las listas de mejores álbumes de la historia y un gran favorito de padres melómanos. En lo personal, mi lucha contra la incertidumbre no pasa solamente por acudir a lugares fáciles de placer, sino acudir a lugares donde una se reconoce. Y Loaded me hace acordar un poco a quién fui yo toda la vida, y por qué y cómo me enamoré de la música en primer lugar. Nunca está de más repetirse, y menos ahora: “Oh, I do believe/ You are what you perceive/ What comes is better than what came before”