Paisajes en loop:
los futuros posibles de basinski

Por Joaquín Pérez

ILUSTRACIÓN DE Marina Fages

El año pasado se cumplieron veinte desde el lanzamiento de The Disintegration Loops de William Basinski. Esto que sigue es un intento por escribir sobre cosas que me exceden, como esta música o el poder de la repetición, pero que aun así quiero intentar poner en palabras. 

Podría explicar la historia de estos cuatro discos. De estas cintas magnéticas con melodías que Basinski grabó en los años ochenta y después encontró en el 2001 para que, en el proceso de digitalizarlas, se diera cuenta de que con cada reproducción se degradaban hasta destruirse. De las nueve pistas resultantes que conformaron casi cinco horas de música. De cómo, cuando cayeron las torres gemelas, Basinski fue a una terraza, puso las grabaciones y filmó un video del humo en el atardecer de Nueva York. Y de que así The Disintegration Loops se convirtió en una especie de homenaje a la tragedia. Basinski fue invitado a tributos, y oficializado como un compositor contemporáneo, en contraposición a un “mero músico de ambient”. 

Pero, por justa y relevante que sea esta historia, mi experiencia con estos discos se convirtió en algo distinto en el marco de la pandemia. En estos dos años, estos loops fueron una gran parte de lo que me acompañó. Sus melodías que nacen y se mueren en la grabación, haciéndose cada vez más lentas y pesadas, meciéndose como olas que disminuyen en su ritmo, pero que no por eso dejan de ganar intensidad, marcaron muchas de mis noches de cuarentena. 

Estos loops no son solo una marea, sino un paisaje en el que el cielo se ilumina con unas líneas más agudas, similares a trompetas o a estrellas que nos acompañan en el trayecto incierto, cambiando de forma y  desvaneciéndose para aparecer otra vez, hasta que estas también dejan de estar. Esto pasa al final de la primera composición del primer disco, “dlp 1.1”, cuando, luego de que el resto de los sonidos se tornan tan lentos como para dejar de ser audibles, únicamente queda el sonido de una de estas líneas melódicas agudas, una estrella que se desvanece cuando todo el resto ya se fundió en la noche, perdido.

En el libro Fantasmas de mi vida, Mark Fisher escribe sobre el concepto de hauntología, un juego de palabras entre haunt (lo que hacen los fantasmas, manifestarse regularmente en un lugar, asustar) y ontología: “Todo lo que existe es posible únicamente sobre la base de una serie de ausencias, que lo preceden, lo rodean y le permiten poseer consistencia”. Él usa este concepto para referirse a que, en la cultura, y particularmente en la música reciente, hay una ausencia o espectro movilizador que es el anhelo de un futuro que nunca llegó, y que ya no parece posible.

No puedo evitar relacionar frases de Fisher como “la lenta cancelación del futuro” o “el aplanamiento del tiempo” con mis sentimientos en la pandemia. Las repeticiones como espectros de las ausencias que nos quedaron por los planes que no pudimos realizar y las personas que no pudimos ver. Las cintas que se degradan y terminan destruyendo cuando se hace la transición desde lo analógico a lo digital. El tiempo convertido en un pastiche de pocas emociones, que pasa demasiado rápido.

Al mismo tiempo, la música hauntológica se niega a abandonar el deseo por el futuro. Por eso, los loops no son estáticos y se filtran esas melodías que despejan el ambiente. También en este libro, Fisher cuenta que Burial (un músico que identifica dentro de este género) le dijo que sus canciones son sobre “querer que un ángel te esté cuidando cuando no tenés a dónde ir, y lo único que podés hacer es sentarte en un McDonalds tarde en la noche, sin atender el celular”.

 

No hay un ángel, pero sí hay una sensación de compañía cuando se mira el mar, o se escuchan los loops de Basinski. Se encuentra cuando te das cuenta de que las olas van a seguir llegando a la costa, a veces más rápido, a veces más espaciadas, pero van a llegar. Se encuentra cuando la necesitás y no tenés a dónde ir, cuando el agua cada tanto brilla de forma diferente, cuando el cielo se ilumina de una forma que no esperabas.

Al principio de mi cuarentena otra cosa que me acompañó fue releer El Señor de los anillos. En el tercer libro, cuando Frodo y Sam están caminando por Mordor, hay una escena en la que Sam, en su momento de mayor cansancio, ve el brillo de una estrella por entre medio de las nubes. Esto le devuelve la esperanza porque piensa que la oscuridad solo es pasajera, y que aún perdura la luz y la belleza por fuera de su alcance.

En ese mismo momento, recuerda una canción que había cantado cuando parecía que la misión había fracasado y Frodo estaba muerto. Al ver la estrella, se da cuenta de que la había cantado para desafiar a los espectros de un futuro que no sucedió, ese en el que vivían felices por siempre. Por un momento, esto le permite parar de preocuparse por su destino y el de Frodo y, dejando de lado el miedo, puede acostarse y entrar en un sueño profundo.

La mayor parte de las veces que escuché The Disintegration Loops fue tarde en la noche y me sirvió para poder dormirme. No solo me dormía, sino que mientras lo hacía pensaba que, sobre las olas y olas de repeticiones en la oscuridad, se desprende, incluso accidentalmente, una estrella intermitente que nos indica que no todos los futuros fueron perdidos o que, por lo menos, sus fantasmas pueden dejar de ahuyentarnos, aunque sea por un rato.

13 de junio de 2022