Ilustracion por Julián Baldo. En color azul, una chica escucha música mientas abraza la luna

Mi tatuaje azul

Esta historia se remonta al 2006, cuando era una nena que, después de mirar Chicken Little y jugar con sus dos tías adolescentes, las ayudaba a ordenar su pieza y combinar su ropa.

Mi tía May, la más chica y a quien siempre vi como un modelo a seguir, era quien más me influenciaba. Todo en ella me parecía increíble: sus chistes cómplices, su risa contagiosa, sus uñas comidas pero pintadas prolijamente de rojo, sus accesorios de todos los colores combinando con sus remeras de modal en mil tonos y modelos, sus pantalones de jean tiro bajo en un azul gastado, su amor por el Mantecol y el té de boldo y también la música que escuchaba.

En esa adolescencia/infancia dosmilera que compartíamos —de celulares con tapita, radiograbadores y MTV en teles de tubo— mis tías hacían sonar todo tipo de artistas nacionales. Recuerdo escuchar Néstor en Bloque, bailar Miranda! y cantar Los Piojos entre combinaciones de ropa y desfiles de accesorios prestados.

También recuerdo salir corriendo por el pasillo de la pieza al comedor, donde estaba la tele grande, cada vez que una canción que les gustaba empezaba a sonar en la tele, solo para subir el volumen. Así fue como vi por primera vez el video de “Ruleta y me la aprendí de memoria.

Nunca quise ver tan lejos al dolor

Los años pasaban, y con ellos, las canciones y las bandas que descubría (o me hacían descubrir). Los Piojos siempre fueron de mis favoritos, con sus melodías alegres para bailar y saltar y sus letras que hacían cantar a todos. Eran por los que más preguntaba, solo para terminar pidiéndoles a ellas o a mi mamá que los pusieran otra vez.

Tengo una escena marcada que me va a acompañar toda la vida: estaba ordenando ropa en el cuarto con una de mis tías, algo que hacíamos seguido, cuando sonó una canción que ya me era familiar y me gustaba mucho, pero no recordaba cuál era.

Le pregunté a May, que estaba mandando mensajes de texto, y sin decir nada me mostró el reproductor de música que le mostraba su pantallita: “Tan solo – Los Piojos – En vivo.mp3.”

Para 2009, mi vínculo con la música seguía creciendo. Y con mi tía May también. Ahora, ella estaba embarazada de ocho meses.

Era mayo, su mes. Yo tenía nueve años y la ayudaba a doblar ropa de bebé, con la misma música de fondo. Ya me prestaba alguna ropa y accesorios, y me dejaba elegir música de su celular porque yo ya sabía cómo usarlo.

Toda la luna cabe en mí

Mi tía falleció en un accidente. Yo tenía 13 años y, cuando me enteré, lo primero que hice fue tirarme en la cama con los auriculares y escuchar rock nacional.

Entre las primeras canciones que escuché estuvo “Pacífico” de Los Piojos.

Una melodía que va creciendo cargada de nostalgia, acompañada por la voz rasposa y un poco derrotada de Ciro. El teclado y la guitarra se abrazan a la perfección sosteniendo el llanto, pero también dándote la esperanza y la seguridad de que eso tan grande compartido siempre va a acompañarte.

Fueron meses en los que la única cosa que me hacía mejor era escuchar música y saber que el duelo es un sentimiento de cada persona pero a la vez es universal.

“Si les pasó a todos, entonces voy a poder superarlo”. Aunque no sabía ni cómo.

Los primeros meses buscaba cosas de Los Piojos en YouTube para traerla un rato conmigo.

Videos, recitales en vivo, letras, mix de canciones, la historia de la banda. Como si cada cosa que supiera de ellos me acercara a ella un poco más. Ahí descubrí que estaban separados, que ya no tocaban.

A los 6 meses de su muerte, le escribí una carta que guardé en mi computadora con tantas otras, donde le contaba cómo me sentía y como seguía la vida de nuestra familia en ese tiempo. Ahí mismo le escribí que la banda me encantaba y que me alegraba de que se haya ido sabiendo que me gustaba el rock nacional. “Aguante Ciro”, le decía y me alegraba de que al menos tocara temas de Los Piojos con su banda nueva, porque de esa manera había algo nuestro que seguía vivo y latiendo.

La vida pasaba mientras la banda aparecía en cada rincón de mi propia adolescencia, en juntadas con amigos, en los parlantes del supermercado, en el cumpleaños de algún familiar. Cada vez que sonaban, se volvían un viaje en el tiempo a la pieza de mi tía May, donde bailábamos, ordenábamos y nos reíamos sin saber que eran las últimas veces que lo íbamos a hacer, pero disfrutándolas como si lo supiéramos.

Siento que esos momentos musicales nos unieron más que cualquier otra cosa, permitiéndonos entendernos y comunicarnos a través de un lenguaje que no era necesario hablar, solo sentir.

Y que podía ser eterno como el amor que nos tuvimos.

Mi tía se fue de este plano dejando un poco en mí algunos de sus secretos y sonrisas más sinceras gracias a ese universo musical que nos unió. Y es una de las tantas cosas por las que le agradezco a Los Piojos.

Voy a llevarte en mí

Es 2021. A pesar de haber transitado varios años de duelo, todavía me arde el hecho de no poder compartir muchas cosas. De lo que nunca va a pasar, que al final es lo que se duela.

Desde que falleció supe que quería hacerme un tatuaje que la simbolice, pero nunca supe cuál.

“Y ahora sé muy bien,

que me llevarás

hasta donde estés,

a donde vayas, 

un tatuaje azul.”

Por alguna razón, después de años de rituales familiares relacionados al duelo que resaltaban su ausencia y no lograban ayudarme, entendí que yo ya había creado uno propio, en el cual la música era la protagonista y el puente que me llevaba directo a encontrarla. Acercándola, en lugar de sentirla distante. 

Entendí que, lo que uno recuerda, existe. 

El día de su cumpleaños me fui a tatuar el nombre de la canción que más me trajo refugio a lo largo de los años.

Pacífico.  En letras azules.

Una canción que describe exactamente cómo se siente perder a alguien que es tan esencial en tu vida: “Ahora que estoy vacío, ahora que no hay canción”.

Recuerdo pensar: “Ahora sí hay canciones”. Y de sentirme llena por haber creado una conexión tan profunda y duradera.

Sentí un ciclo cerrarse cuando me tatué. Y aunque el dolor nunca se va, aprendí a llevarlo de una manera más dulce: con un recordatorio constante de lo que compartimos. Que al igual que mi tatuaje, es para siempre. Hasta donde esté, a donde vaya.

4 de abril de 2025

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